En la siguiente entrada voy a hablar de las siguientes dos obras: La Gioconda, de Leonardo Da Vinci y la Virgen de Medjugorje (en Bosnia-Herzegovina).
La elección de estas obras reside, por un lado, en el contexto bajo el cual a día de hoy, son las dos primeras obras que se me vienen a la cabeza cuando se me pregunta por esta cuestión. Cierto es que existen obras más icónicas, que me han gustado más, que me han impresionado más, que me han incluso marcado más. Me considero una persona más cercana a la música como representación del arte que a otras manifestaciones de ésta. Sin embargo, estas dos comparten algo significativo, a pesar de no tener nada que ver entre ellas (a priori). Voy a hablar de prejuicios, de marketing y de su poder en el arte.
La primera de las obras, La Gioconda, es una pintura
ampliamente conocida. Se trata de una de las obras más icónicas de Leonardo Da
Vinci. Detrás de esta obra existen numerosas interpretaciones acerca del
significado de la sonrisa que su protagonista esconde. Ha inspirado obras
literarias, musicales y teatrales. Es decir, el arte suscita más arte. No
obstante, no escojo esta obra por ninguna de estas razones. La Gioconda, si
bien se trata de una obra de gran belleza, no me resulta una obra excepcional
en comparación con otras de este autor.
Da Vinci fue mucho más que un pintor: fue arquitecto,
artista, científico, ingeniero, pintor, inventor, músico… y alguna otra
profesión más. No en vano considerado un símbolo del Renacimiento. Con
semejante currículum, ¿por qué es La Gioconda una obra tan icónica? Si
tecleamos en un buscador de internet, aparecerá antes esta obra que “La Última
Cena”, o que muchas de las maquetas de los inventos que llevan o querrían
llevar su firma (por ejemplo, es conocido que Da Vinci tenía una obsesión por
volar).
Siempre he asociado la respuesta a estas preguntas con una
falta de formación específica en arte. Puedo apreciar la belleza, entender
cuestiones concretas (previamente explicadas, leídas o informadas), pero hay
algo que no sé ver. No es de extrañar que, aprovechando una visita a París, y
más concretamente al museo del Louvre, decidiese asomarme a ver tan conocida
obra (que allí se encuentra actualmente). Como he dicho, esta entrada habla de
prejuicios. En este caso, de decepción. Después de horas por el museo, al borde
de una sobredosis de belleza, arte, obras, historia… me acerco a la habitación
donde se encuentra La Gioconda. Una sala en la que se encuentra, no solo y
exclusivamente esta obra, sino otras muchas que resultan completamente
invisibles para una porción enorme del público. Para muchos, en esa habitación solo
está ella: La Gioconda. Y ni un alfiler cabía en esa habitación. Repleto de
personas dándose codazos para robarle una instantánea. Más allá de la sensación
que me produjo ver a toda esa gente que parecía encontrarse de público en un
concierto de Heavy Metal, lo que me fastidió realmente fue ver el tamaño del cuadro.
¡Qué estúpido! Una información tan fácil de contrastar, lo más objetivo que
puede tener un cuadro (sus medidas), es lo que me decepciona: 77 cm × 53 cm.
A lo largo de los años, al ver tal cantidad de réplicas, al haber escuchado tanto sobre la fama de este cuadro, en mi cabeza la había sobredimensionado. Había llegado a pensar que se trataba de una obra de las dimensiones de, por ejemplo, Las Meninas de Velázquez (3,18 m x 2,76 m).
No sé si fue la sensación de lugar abarrotado o el tamaño de la obra, pero me produjo cierta sensación de rechazo. En ese museo hay una cantidad de arte que no sería capaz de reproducir con palabras. Hubo salas, autores, representaciones artísticas que me produjeron sensaciones muy diferentes: ninguna de decepción, hasta llegar a ésta.
¿Por qué todo el mundo se amontona alrededor es esta obra en concreto? ¿Qué tiene de especial que yo no sé ver? ¿Por qué obras como La Venus de Milo, o La Victoria Alada de Samotracia, con lo icónicas que son, no tienen tanto revuelo?
Había tenido unas altas expectativas con respecto a la obra
que no se cumplieron. Lo que me decepcionó fue conocer la historia por la cual
La Gioconda ganó la fama que actualmente ostenta. La obra es buena, nadie lo
pone en duda, pero la fama última viene dada a partir de que, en el año 1911, la
robaron del Louvre. Todo el asunto tuvo mucho revuelo en la época, llegándose a
culpar incluso a Pablo Picasso del robo y demostrándose después su inocencia.
Así es cómo culminó mi decepción: yo quería entender la obra, entender lo que
todo el mundo veía menos yo. El marketing de la obra, la forma de venderlo, magnificando
las imágenes de la pintura, me había confundido. La obra me gusta, encierra
mucho más que la belleza de un cuadro o el misterio detrás de la identidad de
la protagonista, pero quizás sentí que me faltó algo.
En cuanto a la segunda obra, la Virgen de Medjugorje, todo
surge en un viaje. Tenía que viajar desde un punto A a un punto B. En el
trayecto entre ambos puntos debía hacer noche. Como buen millennial, pregunté a
Google dónde podría alojarme por la zona: “Medjugorje”. Buscando información
sobre la localidad, leí que se trataba de un lugar conocido porque, al parecer,
se les apareció la virgen a seis jóvenes en el año 1981. La imagen que aparecía
junto al nombre del lugar era ésta y otras similares. Parecía un lugar
interesante. Y allí fui.
¿Qué me encontré?
Otra vez: prejuicios, decepción. Pero buen marketing. Al igual que en el caso anterior, la idealización del tamaño de la obra me animó a tomar una decisión con respecto a otras opciones. La elección de las imágenes, la forma de comunicar el arte (con los significados o intereses particulares en los dos casos), resulta una herramienta crucial para darlo a conocer.
En mi experiencia, ambas situaciones me llevaron a elegir
visitar un lugar o querer aprender más sobre la obra, lo que esconde, el
significado que tiene más allá de la mera estética. Son obras que recordaré a
lo largo de los años. He aprendido gracias a ellas, a pesar que llamarlas
decepciones. Se trata de decepciones en cuanto a mis prejuicios, pero he ganado
mucho más en aprendizajes y formas diferentes de apreciar el arte. Me parece
una forma diferente de aprender de arte, de querer indagar y conocer. Una
historia diferente, una experiencia diferente a través del tamaño. Dicho
esto, ¿el tamaño importa?
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