Soy
docente. Me preocupo por cómo enseño y cómo aprenden mis alumnos y, por lo
tanto, creo que es importante estar abierto a nuevas tecnologías y metodologías
que puedan ayudarnos a mejorar. Pero por desgracia, observo cierta tendencia en
educación a prestar demasiada atención a determinados personajes que, lo mismo
te hablan de digitalización de las aulas, como de metodologías revolucionarias,
inteligencias múltiples...
Una
de esas nuevas grandes promesas es la neuroeducación, un término desvirtuado y
que los “expertos” han decidido apropiarse. Un nuevo gesto de estrategia de
mercadotecnia en el ámbito de la educación. Abundan las ponencias y congresos
de neuroeducación y, en la inmensa mayoría de los casos, los participantes
carecen de ningún tipo de formación en medicina o psicología que les acredite
para impartir cátedra en este campo. Todo su discurso se suele basar, en el
mejor de los casos, en experiencias personales. En ningún caso hay detrás un
estudio serio con una contextualización, hipótesis, metodología, resultados y
conclusiones.
Una
persona que se dedique a la neurociencia habrá dedicado miles de horas a
formarse. No vale que cualquiera gurú, bienintencionado o no, quiera vendernos
su experiencia como el camino a seguir. Además, tener una opinión alineada o
basada en los mantras de lo que debe ser la escuela del siglo XXI está muy bien
para vender libros y ganar dinero en charlas, pero es una visión muy alejada
del día a día de docentes, alumnado y familias. ¿Habrán pisado recientemente
muchos de esos expertos un aula?
Referencias:
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