Estamos
creando tecnología autómata más rápido de lo que somos capaces de entender sus
implicaciones, interpretarla dentro de marcos morales y legislar para gobernar
su desarrollo y despliegue. La sociedad y los gobiernos tienen que ser mucho
más productivos a la hora de discutir y debatir las preguntas difíciles del uso
de la inteligencia artificial.
A
medio plazo podemos encontrarnos máquinas suficientemente capaces de sustituir
a los seres humanos en determinados puestos de trabajo. Este hecho puede generar
grandes oportunidades para una transformación social. Al fin y al cabo, uno de
los objetivos de la tecnología es crear máquinas que puedan facilitar
determinadas labores o liberarnos de tener que hacerlas. Sin embargo, si no se
trata y legisla de forma adecuada es posible que se produzcan grandes
desequilibrios socioeconómicos y en consecuencia un aumento de la brecha
social.
El
problema más importante podría producirse a largo plazo, si realmente llegamos
a generar una máquina que no sea solamente buena para tareas específicas, sino
que tenga capacidad de adaptación y de reaprender de los sesgos de su
aprendizaje. Llegado ese punto, las máquinas podrían desarrollar procesos de
pensamiento muy similares a los humanos, pero con una capacidad de procesamiento
muy superior. ¿Podríamos mantener bajo control ese tipo de tecnología?
Por
estos motivos, considero importante que se afronten los retos de la
inteligencia artificial mediante debates profundos, con una legislación
adecuada que permita implementar esta tecnología con garantías.
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